Si es nuestra responsabilidad la alimentación de otras personas y la adquisición de los alimentos, es lógico que prefiramos aquellos libres de químicos, frescos, de estación, atractivos a la vista y al gusto personal. Sin dudas son los alimentos sanos los más nutritivos. Además, el colorido de la diversidad exalta los sentidos y favorece la creatividad en el proceso de preparación de los alimentos.
Sin embargo, la condición de alimentos sanos no se reduce a preferencias y sensaciones. Es más abarcadora e involucra muchos factores, desde la selección del terreno y las semillas hasta las características de su punto de venta. Es una larga cadena que se define por las políticas agrarias de cada país, el sistema de tenencia de la tierra, el tipo de empresas que operan el ciclo producción-distribución-comercialización de los productos agrícolas y ganaderos así como por la biodiversidad de la región y la capacidad de la agricultura para producir.
Una breve mirada a esa combinación de factores arroja que en la mayor parte de los países subdesarrollados la producción de alimentos es un gran negocio que responde al afán de lucro de empresas transnacionales respaldadas por un entramado político, económico y jurídico que les garantizan un mínimo de costos de producción y un máximo de márgenes de ganancia. Lamentablemente los alimentos se han convertido en una mercancía. A las enormes inversiones del agribussines no escapan los países desarrollados, altamente peligrosas son las consecuencias de ese modelo de altos insumos de combustibles.
Numerosos son los efectos negativos de convertir el elemental e indiscutible derecho humano a la alimentación en un negocio generador de altas ganancias sustentado por instituciones financieras internacionales, por los gobiernos de un grupo de países influyentes en el marco de la Organización Mundial del Comercio y/o las Naciones Unidas; y por el apoyo de élites de poder en los países receptores de las fabulosas inversiones de capital destinadas a esos fines.
Un primer impacto de alta peligrosidad es el cambio climático. La carencia de respeto al medioambiente, la deforestación derivada de la producción de alimentos a gran escala destinados a producir combustible, los alimentos transgénicos, el despojo de las tierras a los campesinos con la eliminación de sus cultivos y técnicas tradicionales, la privatización creciente de los recursos naturales y la disminución de la biodiversidad, son algunos de los efectos negativos.
La otra cara de ese desenfreno lucrativo es cómo llega a las personas en su día a día este modelo insostenible del agronegocio. Precisamente las relucientes cadenas de comidas rápidas con todo su aparataje de espectaculares diseños de ambientación, elaboradas técnicas de mercadeo, eficientes estrategias promocionales, más otros servicios añadidos, son las que conspiran contra el consumo de una dieta basada en alimentos sanos, imprescindibles para la nutrición que garantiza la salud humana. Enormes cadenas de fast food como Mac Donalds, Burguers King, Kentucky Fried Chicken, entre las más renombradas, destinan cada año enormes recursos para el sostenimiento de este tipo de negocio que a la vez daña el organismo humano y la dimensión cultural de las tradiciones culinarias.
Sería muy saludable que la imitación de esa “maligna semilla” de las fast food, -conocida también como comida chatarra-, no se extienda por las praderas de emergentes negocios privados que ya proliferan en el espacio de la culinaria cubana. Hoy pueden dañar a la cultura y al organismo humano, mañana también al organismo social. Aunque su sostenibilidad es un desafío en todo contexto socioeconómico optemos por los alimentos sanos, que además de ser una necesidad constituyen un placer al paladar y una apuesta por el futuro.
He trabajdo durante 30 años como profesora e investigadora. Primero en la Universidad de la Habana impartiendo Economía Política y después Relaciones Económicas Internacionales en el CIEI. En 1997 pasé a trabajar en el Ministerio de Cultura en temas relacionados con la gestión cultural y en 1999 paso a trabajar al ISA, primero en extensión universitaria y a los dos años como profesora del Departamento de Estudios Cubanos, impartiendo la disciplina en el área de cultura económica. Tengo más cursos de posgrados que años de vida, -y ya son bastantes-, un Diplomado en Recuperción Integral de Centros Históricos( en la Oficinadel Historiador de La Habana), y una Maestría en Desarrollo Cultural, en el ISA, defendida con el tema de la Procuración de Fondos en la Cultura, en Cuba.