A la entrada del Carmelo de 23 debiera situarse pronto el cartel que da título a este comentario. El que otrora fuera referente indiscutible del buen comer en la zona más céntrica del Vedado, ha devenido caricatura de sí mismo. Es una triste imagen que se revela de solo asomarse a su inmenso y acogedor salón, sin guía alguna, pues incluso los capitanes que hasta hace poco eran tan necesarios ante la gran afluencia de público a todas horas, hoy no existen pues resultan totalmente superfluos en un restaurante con tamaña desolación.
El Carmelo de 23 tuvo su momento de gloria hasta hace aproximadamente un año. Si bien es cierto que no siempre todo era excelente, allí se podían consumir satisfactorios almuerzos y cenas, e incluso desayunos, con platos variados, asequibles a todos los bolsillos.
Hoy el popular y elegante sitio –antaño siempre repleto–, con sus paredes decoradas por motivos cinematográficos, sobre todo alusivos al legendario Charlot, es todo un desierto donde apenas se vislumbra un par de mesas cuando un cliente potencial se acerca cauteloso o añorante de glorias pasadas.Una fugaz y reciente visita, que por supuesto, no llegó a consumarse, bastó para llegar a la triste conclusión que anima esta nota: el restaurante ha pasado casi sin transición de la cima a la sima. Y si no lo cierran para reabrirlo con nuevo ímpetu, lo harán con su actitud los propios comensales, cada vez más escasos.
Al sentarnos, la joven camarera nos lanzó todo un cubo de agua fría:
–No tengo nada de harina: ni empanizados ni pastas. No hay platos con carne de res…¿Pescado? Solo bacalao…con espinas– nos dijo.
Ya imaginará el lector cuál fue la reacción de quienes escuchamos tan “acogedor” recibimiento.
Los motivos de esta brutal decadencia se desconocen. Sería bueno que algún directivo gastronómico o trabajador del propio restaurante respondiera a esta interrogante. Pero algo no deja lugar a dudas: El Carmelo de 23 es una ruina, un lugar que provoca vergüenza ajena, pues resulta un verdadero desperdicio dada su ubicación y su historia.
Sin embargo, como dice la canción, no todo está perdido. Una inyección de voluntad, gestión empresarial y criterio emprendedor pueden hacer retornar el vistoso restaurante que un día conocimos, y hasta volverlo mejor. Eso esperamos.
Licenciado en Filología en la Universidad de La Habana, especializado en Literatura Cubana. Ha realizado posgrados acerca de la cultura nacional y universal. Escritor, crítico de artes y comunicador audiovisual; cuenta con más de quince libros publicados, algunos de los cuales han recibido reconocimientos (inter)nacionales, en los géneros de ensayo, narrativa y poesía, entre ellos Co-cine. El discurso culinario en la pantalla grande (2011), con el cual obtuvo premio a nivel de categoría (food literatura) y resultó finalista en la etapa final, dentro del prestigioso concurso Gourmand World Cookbooks Award, con sede en Madrid, España; ha curado varios ciclos sobre cine y gastronomía que se han presentado en salas de la capital e investiga desde hace varios años acerca de las relaciones entre la cocina y otras artes, lo cual vuelca en su columna en la revista Excelencias Gourmet.