Se trata de una ley no escrita, en algunos países es ya un código asumido por la costumbre de varias generaciones con características grabadas en el ADN cultural de las personas. Si en países como Japón o Corea del Sur dejar un “extra” en señal de agradecimiento puede ser tomado como una ofensa, en Estados Unidos o Canadá podrían llegar a exigírselo –aunque no esté incluido en la cuenta-.
Volvamos brevemente al concepto primigenio. La “propina” es entendida como un agasajo en señal de agradecimiento por un buen servicio. En tanto esté condicionada al mismo, pues depende justamente de su satisfacción como cliente, de que su experiencia haya sido tal y como esperaba —o mejor—. Repasando varios sitios web de viajes, podemos encontrar porcientos fijos recomendados para dar propinas según los países. También otros lugares donde generalmente los agasajos por concepto de servicio estarán incluidos en la cuenta y, por supuesto, no hay que dejar un “extra”.
El aumento del turismo gastronómico en Cuba, así como de los lugares diseñados y pensados para el visitante foráneo, han ayudado a sentar las bases para “fijar” un fantasmal recargo del diez por ciento en muchos sitios. Sobre todo podemos encontrarlo en los establecimientos más cosmopolitas, de manera evidente —en la carta menú— o sorpresiva —en la cuenta final—. A veces, los dueños hacen referencia a que “aquí no se cobra el diez por ciento…”; lo cierto es que todos hablan últimamente de ello, pues poner un “extra” obligatorio se ha convertido en algo así como una moda. No obstante, sigo creyendo que no es necesario “exigir” una propina cuando se da un buen servicio, en esos casos esta llega sola. Tenga la seguridad de que cuando un cliente siente que su camarero lo guía, lo atiende, le brinda una atención personalizada y se adelanta a sus deseos, siempre será capaz —si está en sus manos— de dejar incluso más de un diez por ciento. Así, pues que no sea un simple número el indicador de la excelencia, sino el servicio en sí mismo, que ya es una cosa invaluable.
Hay varios lugares que se distinguen por su excelencia en el servicio —pienso en los entrenados camareros de La Rosa Negra, en los afables de Mediterráneo Havana o en los campechanos de Ajiaco Café—. Ello nos da la pista de que el servicio no es una tabula rasa inamovible, sino que debe mutar de carácter según el establecimiento que lo brinde y estar acorde con el concepto que plantea el mismo.
En mi haber he tenido que pagar el diez por ciento a camareros que no conocen la carta menú, a otros que me han dejado “olvidada” más de diez minutos en una mesa, a quienes me han traído una cerveza caliente o un pan viejo…
Sin embargo, aún en un sorprendente número de establecimientos se desconoce el abecé del trabajo con el cliente. Y para asombro mío y de muchos colegas, se nos exige un diez por ciento sobre la cuenta aún cuando se tienen experiencias que dejan mucho que desear.
Entonces, no tenga vergüenza si no desea dejar el consabido “agradecimiento”, aunque pase por cliente tacaño, usted es en realidad un “cliente insatisfecho” que probablemente no regrese al lugar.
Licenciada por el Instituto Superior de Arte, Indira es editora del suplemento de crítica teatral de la Revista Tablas, así como colaboradora de la propia revista y de otros medios culturales. Ha obtenido varios premios de crítica literaria, así como de investigación y de narrativa. Sus hobbies son las manualidades en papel y la cocina: espacio que considera de libertad suprema. Disfruta aventurarse hacia nuevas experiencias culinarias; es una apasionada de la comida oriental. Encuentra especialmente seductora la sutileza que ofrece la cocina asiática, la cual conoce tras su viaje a Japón y sus varias visitas a la comunidad india de Dallas. En Estados Unidos trabajó en restaurantes de especialidad Tex-Mex y de comida tradicional mexicana. Colecciona recetas de cocina tradicional cubana en peligro de desaparición. Ejerce la crítica culinaria de manera empírica desde hace años, pasión que alterna con su afición por el teatro y el idioma japonés.