Nada mejor que tomarse una buena sopa después que se ha estado todo el día, y quizás parte de la noche, sentado en las salas de cine, admirando cuanta propuesta interesante brinda el Festival de Cine Latinoamericano.
Honestamente, estoy pensando en recetas para tener variedad de opciones a la hora que uno llega tarde a la casa. ¡Ni pensar en atracones!, sino en algo sustancioso que caiga bien y dé energías para próximas aventuras.
En eso mismo seguramente pensaba un mito del celuloide, sex simbol del cine, figura nunca olvidada del mundo de las pantallas y las celebraciones del séptimo arte. Me refiero a Marilyn Monroe, aquella rubia despampanante de El príncipe y la corista, Algunos prefieren quemarse y otros espléndidos filmes.
Según afirma Abel González en su libro Elogio de la berenjena, publicado en Argentina en el 2016, a confeccionar las sopas le ayudaba su gran amigo Andy Warhol, artista ícono del arte pop que revolucionó la cultura posmodernista con la utilización repetitiva en afiches y cuadros de símbolos comerciales: la lata de Sopa Campells, las cajetillas de cigarros y hasta las siluetas de la propia Marilyn.
Tratándose de esos figurones podríamos imaginar algo espectacular, y lo es hasta cierto punto, eso sí, nutritiva y bien artística, fíjense bien: hay un ingrediente difícil en ella, pero por una vez haga un desarreglo y váyase de compras, quizás valga la pena.
La sopa que volvía loca a Marilyn Monroe, tenía medio litro de leche e igual cantidad de agua, se condimentaba con pimienta, hierbas aromáticas (yo le incluiría laurel, cilantro…), dos dientes de ajo, un poco de puré de papas instantáneo, una lata de sopa de tomates, trocitos huevo cocido y… aquí se complica la cosa: unos pequeños pedacitos de higos no muy maduros. Se toma caliente, ellos decían que era ideal acompañarla con cerveza clara.
No estaría mal hacer la prueba, y al otro día volver a las salas oscuras con la satisfacción de ser cómplice de dos artistas famosos, nada menos que desde el no menos importante arte de la cocina.