Del azúcar y la falsa repostería cubana

por | 9 agosto, 2017

No voy a hablar de las calorías vacías que aporta el consumo de azúcar, o de los riesgos de padecer enfermedades cardiovasculares que tienen las personas cuya dieta está constituida por más de un veinticinco por ciento de este edulcorante, ni del aumento excesivo de peso que sufren quienes además de consumirla en demasía se adhieren al estilo de vida sedentario.

Me interesa, sin embargo, hablar del azúcar como fuente principal de uno de los sabores básicos de la cocina y en especial de la repostería. Si usted, como yo es de esos que piensan que un buen dulce en un mal momento es capaz de sanar el espíritu, entonces se habrá dado cuenta que por toda la ciudad pululan ahora una suerte de puestecillos donde los productos de la repostería y la panificación se venden en bolsas transparentes por 1 CUC. Quizá, como yo, se haya dado a la tarea paciente de degustar la totalidad de sus productos. Ora las bolitas de ajo –elección más nutritiva que los Pelly´s–, ora las galletas de mantequilla con o sin ajonjolí, los panes Bun, los panes para perros calientes… En cuanto a los dulces ofertados, de puesto a puesto las opciones casi no varían: señoritas, éclairs, pastel –pie– de coco o guayaba, tartaleta, dobosh… Aunque me encanta la variedad, encuentro realmente molesto la adulteración consecutiva a la que se someten dichos postres.

Por ejemplo, aquellos en cuya receta original figure la natilla, esta ha sido sustituida por un merengue meloso que empalaga al primer bocado. Entiendo que la falta de ingredientes vitales como la leche, haga que la tan socorrida “inventiva cubana” eche mano al huevo cuya clara batida hará de sucedáneo. Allí donde deba estar la mantequilla –como en el dobosh– haciendo más apetecible la masa humedecida en “leche”, encontramos sendas galletas duras y resecas unidas una vez más por un merengue. Y la señorita cuyas capas de hojaldre exprimen hacia afuera su masa batida una vez que las tenemos en la mano.

Y qué sensación la que nos deja haber comido uno o dos de esos ejemplares extraídos de las bolsas transparentes… hartazgo total de azúcar, necesidad inmediata de llevarnos a la boca cualquier cosa salada para contrarrestar el malestar. Pruébelo usted mismo. El exceso de azúcar en estos “archidulces” es la manera burda de ocultar no solo la falta de conocimientos sobre repostería, sino la falta de sabores distintivos o suavemente atractivos. ¿Dónde han quedado los olores de la canela, las suaves caricias de la miel, el almíbar oloroso a frutas…?

Resulta amenazador para la cultura alimentaria que se expendan productos, dañinos a la salud y que se maleduquen así a los consumidores –sobre todo a la “desmemoriada” juventud–, haciéndoles creer que de veras se están comiendo una señorita o una tartaleta. Más triste resulta que sitios en apariencia exclusivos expendan como parte de sus ofertas los hijos bastardos de la repostería cubana y a tan exorbitantes precios. No los mencionaré aquí por respeto. Sin embargo, queda hecha la invitación al lector para que la próxima vez que pida un dulce, se asegure que realmente le sirvan lo que ha solicitado.

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Acerca de Indira R Ruiz

Licenciada por el Instituto Superior de Arte, Indira es editora del suplemento de crítica teatral de la Revista Tablas, así como colaboradora de la propia revista y de otros medios culturales. Ha obtenido varios premios de crítica literaria, así como de investigación y de narrativa. Sus hobbies son las manualidades en papel y la cocina: espacio que considera de libertad suprema. Disfruta aventurarse hacia nuevas experiencias culinarias; es una apasionada de la comida oriental. Encuentra especialmente seductora la sutileza que ofrece la cocina asiática, la cual conoce tras su viaje a Japón y sus varias visitas a la comunidad india de Dallas. En Estados Unidos trabajó en restaurantes de especialidad Tex-Mex y de comida tradicional mexicana. Colecciona recetas de cocina tradicional cubana en peligro de desaparición. Ejerce la crítica culinaria de manera empírica desde hace años, pasión que alterna con su afición por el teatro y el idioma japonés.