¿Cómo puedo yo, o mi familia, o mis amistades, desde el ambiente del hogar, contribuir a la reversión del cambio climático? ¿Es posible que a escala global puedan repercutir de forma negativa las decisiones asumidas por los gobiernos y/o las personas en materia de producción, comercialización y consumo de alimentos?
Foto: http://www.fao.org
No es un secreto que el despilfarro de la comida es, en el mundo actual, un hecho escandaloso y amenazante. Dos ejemplos seleccionados bastarían para dar una imagen incompleta de su peligroso alcance. Por un lado existe un elevado número de seres humanos que pasan hambre y/o desnutrición crónica. Según informe de la FAO, el hambre en el mundo sigue aumentando hasta alcanzar en 2017, la cifra de 821 millones de personas y más de 150 millones de niños sufren retraso del crecimiento[1]. Mientras, en el Reino Unido se despilfarran cada año 20 millones de toneladas de alimentos, de ellos 4,1 millones corresponden a los hogares, según datos publicados por estudios al respecto[2].
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Otros elementos se suman para ahondar las brechas, entre los más sobresalientes se encuentran: la inexistencia de la cuantificación exacta de los desperdicios, los contratos de exclusividad de los productores con los supermercados, ineficientes políticas agrícolas públicas, corrupción y carencia de la infraestructura básica para evitar las pérdidas de alimentos en los campos. Toda comida que se desperdicia, ya sea en la producción agrícola, en los canales de suministros, en la elaboración de los alimentos con fines comerciales o asistenciales, o simplemente en los hogares, es una pérdida ascendente de recursos naturales que gravita sobre los ecosistemas y el medio ambiente.
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En toda la cadena alimentaria se establecen relaciones sociales en la producción, la distribución y el consumo. Un poderoso motor de cambio pueden ser las personas en su elección como consumidores, significa que la posibilidad de revertir los efectos negativos del cambio climático también atraviesa la dimensión cultural. Costumbres, tradiciones, patrimonio culinario, conocimientos y técnicas de producción; preferencias y hábitos de alimentación, están en los cimientos de todo modo de producción alimentario. Cultura y alimentación es un binomio inseparable. De cómo nos alimentamos y respetamos la naturaleza, depende en gran escala el futuro del planeta.
[1] FAO. Informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018. Roma, 11 de septiembre 2018.
[2] Ana Krzywoszynska. Despilfarro: el escandalo global de la comida. Nueva Sociedad/268. Buenos Aires, Argentina, 2014.
He trabajdo durante 30 años como profesora e investigadora. Primero en la Universidad de la Habana impartiendo Economía Política y después Relaciones Económicas Internacionales en el CIEI. En 1997 pasé a trabajar en el Ministerio de Cultura en temas relacionados con la gestión cultural y en 1999 paso a trabajar al ISA, primero en extensión universitaria y a los dos años como profesora del Departamento de Estudios Cubanos, impartiendo la disciplina en el área de cultura económica. Tengo más cursos de posgrados que años de vida, -y ya son bastantes-, un Diplomado en Recuperción Integral de Centros Históricos( en la Oficinadel Historiador de La Habana), y una Maestría en Desarrollo Cultural, en el ISA, defendida con el tema de la Procuración de Fondos en la Cultura, en Cuba.