Adaptados, como buenos cubanos que somos, a inventar y crear en medio de los mayores retos posibles, se pudiera aseverar que Cuba en los años prepandémicos había logrado ubicarse a niveles próximos al de país gourmet en materia de cultura gastronómica y creatividad.
Restaurantes de menú abierto con pizzas de casabe, variedades de platos veganos y vegetarianos inexistentes con anterioridad, pescados y mariscos en sus más europeas versiones y pastas de todo tipo con sus recetarios daban al traste con los primeros años de soporíferos menús de tres platos y tres vegetales –cuando más–; todos dictados por las compras invariables de los decisores a nivel estatal.
Años más tarde llegaron las aperturas en materia de servicio, y la gastronomía cubana lo celebró por todo lo alto. Apareció así un nuevo Mesías y con él trajo nuevos y originales modos de hacer, que incluían platos a la usanza de la más alta cocina europea e internacional. Aparejado, sobrevino un desarrollo palpable de la agricultura orgánica y familiar –auspiciada por instituciones estatales– que motivó a muchos a experimentar con nuevas especies que llegaron para impresionar y quedarse.
Entonces prosperó el turismo. ¡Vimos arribar cruceros y una buena cantidad de vuelos de todas partes del mundo! Gracias a ese proceso cambiante y de oportunidades culinarias, comenzaron a regresar a Cuba muchos chefs que residían más allá del Atlántico. Ellos cruzaron el mar para convertirse en protagonistas de aquellos nuevos proyectos, ilusiones, sueños que permitirían nuevos ingresos y, en cualquier caso, un salto al Paraíso Culinario.
Creperías, jugueras con diez variedades de jugos, incluyendo novedades, heladerías de alta calidad, platos de mar, comidas rápidas, hamburgueseras, pizzerías… se asentaron en las principales arterias del país, añadiéndole a las ciudades verdaderos atractivos y funcionalidades para los visitantes. ¡Cuánto renacimiento! ¡Cuánto desarrollo! Incluso habría que decir que toda esa efervescencia obligaba a las instituciones del Estado Cubano a cuestionarse sus melancólicos funcionamientos y “quitarse el sombrero” ante esos nuevos monumentos del Paraíso.
Pero, en eso llegó el personaje oscuro de esta historia: la inclemente COVID-19, y el Templo Gastronómico y el Mesías comenzaron a debilitarse más y más cada día. Cientos de altares y monumentos culinarios se fueron cayendo. Caídas astronómicas en niveles de ganancias para los cientos de restaurantes abiertos, los cuales aún continúan hoy agonizando y se han convertido en un verdadero reto para quienes esperan por el regreso algún día de sus otrora fuentes de ingreso, o de otro Mesías que los salve del deceso final.
De igual modo, las crecientes ineficiencias en materia de producción de alimentos en el país han salido a flote y ora por falta de financiamiento, ora por efectos del bloqueo estadounidense u otras contingencias, lo cierto es que se incumple en la mayoría de los productos del agro. Allí se deja ver claramente que la economía se basaba en un creciente nivel de importación, impedido en estos momentos por la oleada de conflictos generados por la COVID.
Algunos economistas tildaban a nuestra economía de economía de sobremesa al basarse en el azúcar, el café, el ron y el habano. Quizás, hoy día el habano constituye el único sobreviviente entre los recientes anuncios de incumplimientos en los planes de los dos primeros. Los frijoles y el arroz andan por iguales derroteros, al punto que el ciclo de siembra de uno se ha visto invertido para intentar cumplir con las 600000 toneladas requeridas por la industria. Las carnes sufren otro tanto, la demanda es cuantiosa, la producción menor, y entiéndase que en Cuba un cubano vegetariano es como un mojito analcohólico, es decir, casi inexistente. Apenas mil toneladas de pollo produce el país mientras que importa más de 300000 según informa la prensa nacional, de las cuales muchas se han dejado de recibir debido a toda la estela de dificultades que actualmente padecemos. ¡Triste, pero cierto!
La pregunta sería: ¿Por qué la falta de granjas y crías? Pudiéramos esgrimir como respuesta inmediata: las asechanzas del enemigo del norte, la escasez, la mencionada pandemia que impone su cruel poderío para conseguir la materia prima y los insumos óptimos en el proceso de producción y gestación…; sin embargo, a lo interno, muchos agricultores se manifiestan por los piensos criollos y sus muy buenos beneficios como alternativa pragmática; pero entonces ¿cuál es rol de las empresas estatales en términos de puesta en práctica de esa y otras estrategias?
Foto: Ariel Cecilio Lemus
El cerdo, único producto que abastece a nivel nacional, desapareció de nuestro templo ante la detención del transporte de los particulares y tanto la res como la industria pesquera durante años han sido motivos de fuertes críticas hacia las gestiones estatales e incluso las políticas ministeriales.
A todo esto se le agrega la reciente y muy esperada aparición de un ministro del sector que como se dice en el buen cubano “dejó mucho que desear” en momentos donde se esperaban respuestas contundentes y prácticas, pero solo generó un sinnúmero de acciones contrapuestas. Lejos de ser nuestro nuevo Salvador, aquel anhelado Mesías que necesitábamos a gritos, devino ejemplo de las malas condiciones en las que se encuentra la industria cubana y no aconteció el nuevo despertar divino.
Entonces, ¿quién será el nuevo Mesías en estos tiempos de incertidumbre?
A decir verdad, ya para varios no queda mucha esperanza, la fe no duerme en muchos hogares cubanos, pues el aunque ansiado mercado mayorista finalmente apareció, aún está muy limitado y no logra responder a la alta demanda. Es cierto que hay restaurantes que abren tras una inversión inicial de $50000 dólares o mucho más, pero también es verdad que la gran variedad hoy comienza con una inversión capital menor, hasta con apenas $1000 dólares hemos visto emerger algunos pequeños establecimientos gastronómicos.
De todas maneras, todavía quedan feligreses que auguran tiempos mejores. Todavía quedan emprendedores que aclaman por el Mesías mediante proyectos e ideas renovadoras. Pareciera que ellos pudieran convertirse en la vacuna que no solo necesita la Covid-19 para el final feliz de esta historia, sino la inyección de fe para nuestra industria alimenticia y sus derivados.
Esperemos que el ingenio del cubano y de la cubana vuelva a primar y logremos regresar a las noches en las que ante una festividad nos teníamos que “romper la cabeza” por no saber decidir a cuál restaurante dedicarle la velada. O cuando no sabíamos que plato ordenar gracias a la diversidad de opciones y exquisiteces. Esperemos, eso sí, lo antes posible, por ese nuevo Mesías que dibuje un nuevo amanecer en el templo, que se imponga ante los desafíos y nos regrese a nuestro paraíso culinario.