Al escuchar por primera vez hablar de Granjita Feliz imaginé una casa muy grande con una parcela de terreno donde se criaban conejos y cultivaban alimentos sanos, limpios y justos por coincidir en sus principios con los defendidos por Slow Food Internacional, movimiento global en defensa del medio ambiente y la biodiversidad donde el alimento es el eje aglutinador.
Sorpresa fue descubrir que Granjita Feliz no es una granjita, pero sí un singular proyecto para hacer feliz a los demás, sobre todo, a aquellos necesitados de mucho amor, de reconocimiento social y que esperan de nosotros una mirada diferente a sus vidas.
Ubicado en el pequeño apartamento de sus promotores, Elizabeth Frómeta Mejías,- Lisy-, y Luís Darío Martos González, en una vieja calle del Centro Histórico de la otrora Villa de Guanabacoa, este proyecto madre se irradia en un quehacer cotidiano hacia diversos proyectos comunitarios, iniciativas del barrio, jóvenes con problemas de adaptación social, productores individuales y otros grupos de la comunidad, que encuentran en esta entrega laboriosa y creativa un espacio de altruismo y solidaridad.
De Granjita Feliz se pudieran destacar muchas de sus gruesas raíces, porque como un frondoso y gigantesco árbol arraigado a su propio espacio, se derivan ideas en defensa de la biodiversidad y la protección medioambiental, concretadas en disímiles jaulitas como las de cría de conejos o las originales casitas de abejas meliponas; en la tarea novedosa de sembrar fresas en el techo y expandir el conocimiento de esta iniciativa a lo largo del país; en el cultivo de plantas medicinales y ornamentales en recipientes reciclados; o en el huerto “El Garabato”, pequeño patio cedido por la iglesia cercana destinado a fines educativos para varias personas con discapacidad mental. Allí aprenden a amar el fruto del trabajo que hacen con sus manos. Otras loables y humanitarias iniciativas en las que varios productores participan, son la entrega de un “cake” a los niños con tratamientos médico-oncológicos que cumplen años en el mes y la entrega mensual a todos de una caja con productos agrícolas, como apoyo alimentario a sus familias.
De todo lo señalado se pudiera hablar con detenimiento, pero existe algo que debe ser conocido y es la maravilla engendrada por el amor que profesan Lisy y Darío a los adolescentes, jóvenes y adultos con Síndrome de Down y con autismo,- muchos de los cuales trabajan en el huerto-, y que como en un acto de ilusionismo, se convierten en cantantes y danzantes en la Casa de la Cultura “Rita Montaner”, antiguo Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa, donde José Martí pronunciara su primer discurso en Cuba en 1879.
En la calurosa tarde del 20 de abril de este 2018, Slow Food Cuba (SFC), escogió uno de los proyectos que la integran: Granjita Feliz, para celebrar el Día Internacional de la Madre Tierra, cuya fecha de conmemoración es el día 22 de abril. Sabíamos de antemano que ese grupo de adolescentes y jóvenes tenían preparada una “actividad cultural” como suele llamársele en Cuba a las presentaciones donde hay música, baile, poesía y canto. Lo que no sabíamos, ni sospechábamos, era el espectáculo inolvidable que tendríamos la suerte de presenciar.
Se inició con el doblaje de una canción, por una pareja de jóvenes que se desenvolvían sin temores frente a un público compuesto no solo por sus familiares, sino por otros integrantes de SFC, Cubapaladar, cocineros de la Asociación Culinaria de Cuba en Guanabacoa, promotores de otros proyectos, vecinos, trabajadores de la Casa de la Cultura y por personas que se sumaban a aquella alegría compartida. Desfilaron aquellos intérpretes como solistas, en dúos, grupos de baile y de canto, con coreografías, donde la música cubana y mexicana fueron las escogidas, animándonos a todas y a todos. La felicidad del grupo artístico musical fluía, aunque nerviosos algunos, al sentirse dueños de la escena por la atención, expectativa y aclamación de ese público que habían reunido.
Asombrosas fueron dos muchachitas: Yuliet, con una capacidad histriónica increíble, representando a la cantante mexicana Selena y Dianelis, majestuosa en su baile interpretando a Yemayá -la orisha de las aguas del mar-, en una pieza con música de Yoruba Andabo, excelente grupo de música folklórica cubana.
La mamá de Dianelis nos contaba que su hija, quien además tiene discapacidad auditiva y visual, estudiaba en una escuela de enseñanza especial, pero con el tiempo le hizo fuerte rechazo. La especialista en salud mental de la institución le sugirió que si no quería continuar no debía obligarla a asistir. Como resultado la jovencita se encerró en su casa de la que no quería salir, se ensimismó y distanció de su propia familia. Cuando Asunción, esta madre tan dedicada y amorosa, supo de este proyecto artístico-cultural de Granjita Feliz, vino desde su municipio de residencia, distante de Guanabacoa, para que su pequeña se integrara al grupo. Fue una sabia decisión de una madre que no se dió por vencida y un regalo para su hija que se ha transformado en una joven comunicativa y feliz.
Yuliet es espectacular. Muy femenina, desinhibida y sonriente. Contagia simpatía y alegría. En el escenario, doblando a Selena, es una cantante de muchos recursos expresivos y danzarios. Pero su mamá no conocía de su hija esas cualidades; fue este espacio artístico-cultural que lideran Lisy y Darío el que propició que la música con su lenguaje único atravesara su cuerpo y su mente para que esta madre descubriera, detrás de la anterior tristeza, el surgimiento de una hija nueva y amada también por su versatilidad, no solo por ella, sino también por quienes la aplaudían y disfrutaban de su alegre entrega.
La emoción y admiración multiplicada en los rostros de los asistentes a este espectáculo, tan espontáneo y alegre, ofrecido por el grupo cultural “Sueños Conquistados” es tan humano como singular, y sobre todo nos reafirma que Granjita Feliz cultivando amor, ha logrado engendrar la maravilla.
He trabajdo durante 30 años como profesora e investigadora. Primero en la Universidad de la Habana impartiendo Economía Política y después Relaciones Económicas Internacionales en el CIEI. En 1997 pasé a trabajar en el Ministerio de Cultura en temas relacionados con la gestión cultural y en 1999 paso a trabajar al ISA, primero en extensión universitaria y a los dos años como profesora del Departamento de Estudios Cubanos, impartiendo la disciplina en el área de cultura económica. Tengo más cursos de posgrados que años de vida, -y ya son bastantes-, un Diplomado en Recuperción Integral de Centros Históricos( en la Oficinadel Historiador de La Habana), y una Maestría en Desarrollo Cultural, en el ISA, defendida con el tema de la Procuración de Fondos en la Cultura, en Cuba.