¿Qué entendemos como identidad cultural? Un “conjunto de valores, orgullos, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento que funcionan como elementos dentro de un grupo social y que actúan para que los individuos que lo forman puedan fundamentar su sentimiento de pertenencia…” a decir de Jaime Fisher.
Por lo tanto, cabe preguntarse qué elementos fácticos contribuyen a la conformación de la identidad cultural; y a continuación el siguiente planteamiento condicionado por el título de este artículo: ¿Puede un elemento natural como lo son las frutas, tributar a la conformación de nuestra identidad cultural?
Es notable y ha sido múltiples veces confirmado, a partir de los primeros cronistas del Nuevo Mundo, que entre las primeras cosas que generaron asombro a los visitantes europeos estuvieron las frutas tropicales: llenas de coloridos, formas caprichosas y exquisito sabor. Ellas fueron un elemento de diferenciación y originalidad. Las frutas marcaron una diferencia exótica, rara, que motivaba a la anécdota y generaba mucha curiosidad. Sin dudas, era uno de los principales motivos de asombro y constantemente se establecían comparaciones con sus émulas europeas, a la hora de hacer descripciones.
El marinero, después del largo y arriesgado viaje, viene hambriento, necesitado, urgido de consumir frutas frescas, no solo para alimentarse sino también en muchos casos para curarse. La enfermedad del escorbuto ―generada por una carencia de ácido ascórbico, contenido en las frutas frescas― diezmaba a la mayor parte de la tripulación y las frutas tropicales venían a ser el bálsamo milagroso salvador de vida. Entonces tenemos un elemento que genera admiración ―que es totalmente diferente a las frutas del Viejo Continente―, hermoso por sus formas y coloridos, exquisito, de aroma y sabor, que alimenta y cura. Las frutas eran altamente valoradas y resultaban motivo de orgullo, tanto para los pueblos originales como para el visitante que había tenido la oportunidad de disfrutar de esa nueva experiencia gustativa.
Por eso las frutas constantemente aparecen referidas en todas las crónicas y pasajes de quienes habían viajado al continente americano. También están presentes en la primera obra literaria cubana, señaladas como ofrendas a Don Cabeza y Altamirano, Obispo de Cuba. Los pobladores de Bayamo acogen y celebran el regreso de su obispo y lo agasajan con sus mejores regalos, entre ellos las frutas tropicales.
El comercio de frutas en la Segunda Villa era tan frecuente y próspero que algunas de ellas le dieron nombres a calles en el antiguo Bayamo, como es el caso de la Calle de la piña y la Calle del níspero.
En las obras poéticas Oda a la piña y Silva cubana de Manuel Justo de Rubalcava (1769-1805), las protagonistas son las frutas; ellas constituyen motivo de inspiración, de orgullo por lo propio al preferirlas por encima de las frutas europeas. Generan sentimiento de identidad, de amor a lo autóctono.
Y es que las frutas tropicales no solo resultan deleite gustativo, sino también estético. Ya aparecen talladas en el altar de la Dolorosa en la Iglesia Mayor de San Salvador de Bayamo, adornando la base de un retablo incuestionablemente barroco donde se entroniza la vid y la granada ―plantas de frutas europeas―; esas dos cestas de frutas tropicales de aparición misteriosa y casi inexplicable vienen a reforzar las identidades culturales, y no solamente como un fenómeno en sí mismas, sino como un fenómeno en oposición a otras identidades culturales representadas por la vid y la granada.
El hecho mismo de que dentro de una cultura exista la conciencia de una identidad común: el orgullo y preferencia por las frutas nativas, implica que también hay un impulso hacia la preservación de esta identidad, hacia la auto-preservación de la cultura, y estas cestas de frutas son colocadas en el lugar más sagrado de esta cultura: el altar. Si la identidad es construida en oposición a los extraños, a las intrusiones de otras culturas implican la pérdida de autonomía y por lo tanto la pérdida de identidad, aunque muchas frutas foráneas como el mango y el plátano pronto son asumidas como propias.
Aunque lo cierto es que son precisamente las frutas las que inician y marcan la preferencia de lo propio sobre lo ajeno o foráneo como lo demuestran estos versos de Silva Cubana:
Más suave que la pera
En Cuba es la gratísima guayaba
Al gusto lisonjera,
Y la que en dulce todo el mundo alaba
Cuya planta exquisita
Divierte el hambre y aún la sed limita
Es que toda la Silva Cubana es un canto de preferencia por lo propio: el marañón superior a la guinda, la jagua preferida por encima de las aceitunas… He aquí la génesis de la identidad cultural, pues no es solo cuestión de orgullo; el gustar de la fruta cubana, es también preferirla sobre la foránea.