Mamá Inés

por y | 14 septiembre, 2016

Como en sus tiempos en El Tocororo, Erasmo, en Mamá Inés, no entrega al cliente la carta-menú, sino que es el propio chef o alguno de sus empleados quien a viva voz da a conocer al cliente la oferta de la casa. Pero si en el establecimiento de 18 y Tercera, en Miramar, soslayaban la lista-menú porque se ufanaban de satisfacer, fuera cual fuera, el deseo del comensal (que debía pagar en consecuencia), en Mamá Inés sucede exactamente lo contrario: no la entregan porque pocos de los platos que consigna la carta están a disposición del cliente, y los que están tienen precios tales que en poco o nada guardan relación con su confección y la calidad del servicio.

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Decoraciones

Camarones Fritos 12 CUC, Ceviche 13 CUC, Filete de Pescado 15 CUC, Ropa Vieja 13 CUC… Reservándose los precios, «canta» el mesero la exigua oferta, y eso que el reloj marca solamente las 7:30 p.m. No hay refrescos ni cervezas nacionales, ni agua efervescente ni jugos naturales. Acorralado y sin elección, ordena el cliente una cerveza importada. La jarra en que la sirven es recién extraída de una nevera, pero la cerveza está bomba. Explica el mesero: «No podemos meterla en una tina con hielo porque no hay hielo».

Parece que Erasmo echó a andar hacia atrás la máquina del tiempo y llevó a Mamá Inés —¡vaya nombrecito!— a los años de período especial. No es extraño. Algo parecido sucedió en sus años finales en La Finca. El cliente atravesaba media Habana y llegaba a ese lugar para encontrar solo una oferta de arroz con pollo y una discreta ensalada.

Llegan a la mesa los aperitivos (croquetas 6 CUC, bolitas de queso 6 CUC). Sigue el plato fuerte. Hay Rabo Encendido. El Bistec de Cerdo se deja comer, pero viene con demasiada grasa. Es buena —¡menos mal!— la porción de congrí que lo acompaña, así como las chicharritas. No hay ensalada de vegetales frescos. Ni tampoco la Crema de Moringa en la que Erasmo es experto. El postre único: Mermelada de Guayaba con Queso 3 CUC; lo sirven polvoreado con canela y convierten esa delicia de delicias en un desastre.

mesas en Mama Inés

mesas en Mama Inés

El autor de estas líneas conoce esta casa desde antes de su apertura. Nunca se explicó el porqué llamarla Mamá Inés cuando lo comercial hubiera sido resaltar el conocido nombre del propietario. La visitó con frecuencia. Dejó de hacerlo y volvió ahora para constatar lo mucho que ha decaído. No hay uniformidad en la ropa de los meseros, y uno de ellos atiende con ropa de calle. La disciplina se ha relajado. Los empleados conversan entre sí de un extremo a otro del salón y no todos están convenientemente entrenados para su tarea. El que nos toca a nosotros actúa con tal torpeza que termina confesando que es el almacenero del lugar. Los manteles de cuadros rojos y blancos son más propios de una fonda que de un restaurante que se respete. Y es que en eso devino Mamá Inés. Una fondita de aquellas que llenaban La Habana hasta 1968.

Mamá Inés no es un punto de referencia en el panorama culinario habanero. Nadie la toma en cuenta; nadie la recomienda. Eso no parece importar a Erasmo, que apunta al turismo extranjero. En eso es decisiva la excelente ubicación de la casa. El visitante no la busca; Mamá Inés le sale al paso con su nombre incongruente, y el caminante, cansado y sudoroso, hace un alto en el camino, come lo que le sugieren y paga sin chistar. Total, jamás volverá a Mamá Inés.