Aún recuerdo los primeros tiempos del Museo del Chocolate. Hace unos diez años para mí era toda una fiesta llegar hasta allá, pues a pocos pasos de la Plaza de San Francisco estaba la cumbre de mi sueño infantil, de mi pasión arrobadora por el fruto del místico cacao. Me gusta recordar aquel lugar en sus primeros momentos: junto a la bebida llegaban varias galletas dulces de vainilla –creo recordar que eran seis en un inicio, cuatro más tarde, hasta su definitiva desaparición posteriormente–. Para endulzar podía el cliente elegir entre la miel, servida en un pequeño tarro de plástico desechable o azúcar envasada en pequeños sobres. En fin, que se trataba de todo un ritual tomarse un chocolate allí.
Hoy siguen siendo dos las principales bebidas servidas en el establecimiento. El Batido de chocolate 1 CUC y el Chocolate caliente 0.55 CUC. ¡Ah! también está el Chocolate azteca que según consta en el menú es preparado con diferentes especias, pero que en honor a la verdad no se diferencia demasiado del Chocolate caliente, como si no tuviera las citadas especias. Como es de suponer han desaparecido las galleticas acompañantes, la miel y el azúcar en sobres. Ahora la bebida de tu elección llega a la mesa previamente endulzada según el gusto del chocolatero de turno. De esta manera, el cliente es conminado a tragar y partir lo antes posible. La afluencia de público y la creciente fama del lugar por su posición clave entre los turistas de paso por el casco histórico, han provocado la paulatina decadencia del templo del chocolate. De la misma manera que el aumento de la cantidad de mesas ha tenido como resultado una situación de hacinamiento y descontento dentro del local. Más que en un Museo parece que estamos en un puesto de comida rápida, donde tras la degustación cuestionable elevada en azúcar te espera la cuenta rauda antes del apresurado partir.
¿El servicio? Al menos para los cubanos es como el que se recibe de una máquina expendedora de líquidos tras poner en ella unas monedas, no hay siquiera contacto visual, no hay intentos de vender otros productos, ni una sonrisa, ni un hasta luego… Pero, bueno, allá regreso siempre por el chocolate, o por la idea del chocolate que a estas alturas de la historia sabe más sabrosa.
Licenciada por el Instituto Superior de Arte, Indira es editora del suplemento de crítica teatral de la Revista Tablas, así como colaboradora de la propia revista y de otros medios culturales. Ha obtenido varios premios de crítica literaria, así como de investigación y de narrativa. Sus hobbies son las manualidades en papel y la cocina: espacio que considera de libertad suprema. Disfruta aventurarse hacia nuevas experiencias culinarias; es una apasionada de la comida oriental. Encuentra especialmente seductora la sutileza que ofrece la cocina asiática, la cual conoce tras su viaje a Japón y sus varias visitas a la comunidad india de Dallas. En Estados Unidos trabajó en restaurantes de especialidad Tex-Mex y de comida tradicional mexicana. Colecciona recetas de cocina tradicional cubana en peligro de desaparición. Ejerce la crítica culinaria de manera empírica desde hace años, pasión que alterna con su afición por el teatro y el idioma japonés.