Uno de los renglones alimenticios que primero sufrió los embates económicos generados por la pandemia, después el ordenamiento económico y una serie de causas relacionadas con la inflación que padecemos, fue el pan, ese “no solo símbolo de algo” sino el “de miga y cáscara” a que se refirió Benedetti. Literalmente, el pan nuestro de cada día.
Ante la incapacidad estatal de abastecer una demanda que sobrepasaba sus capacidades, y las frecuentes quejas de la población en torno a la baja calidad del producto, respondieron varias cafeterías privadas que se especializan en harina, de modo que fungen además como dulcerías, satisfaciendo de ese modo otro hábito arraigado entre nosotros: el postre, o ese pastelillo, galleta o golosina con los que acompañar en las tardes el café y el té, o incorporarlos al desayuno.
Aunque hay varias dispersas por toda la capital, voy a referirme en esta ocasión a dos que radican en sendos puntos del Vedado, municipio Plaza.
Estas “panadulcerías” se las han ingeniado, aun en los momentos más álgidos de la pandemia, en medio de increíbles carestías y problemas con las materias primas, la manteca pastelera, etc, para mantener una producción, con frecuencia limitada por esos y otros problemas, pero que al menos ha logrado cubrir demandas inmensas de un sector que considera sus ofertas tan necesarias en la mesa hogareña como las carnes o los vegetales. Cierto que, como todo, los precios han subido acorde con las nuevas matrices económicas, mas vale la pena ante la calidad general que las caracteriza.
Quien escribe, por ejemplo, no demasiado proclive a la harina –sobre todo la blanca- por conocer los daños que puede ocasionar (el azúcar y la grasa que llevan no son precisamente saludables) encontró en el establecimiento de H entre 23 y 21, un refugio ideal gracias a su venta de pan integral (85 CUP la bolsa con 10 unidades), como se sabe, mucho mejor por la abundancia de fibra vegetal en su confección, ausente incluso de sal y casi libre de grasas.
Cierto que pasó casi un año sin esta maravilla, aunque sí una variedad muy popular de flautas saborizadas (cebolla, ajo, albahaca…) , los tan buscados baguettes o exquisitos croissants naturales (15 CUP la unidad), que en mejores tiempos se ofertaban también rellenos de jamón y queso, pero hace varios meses se ha estabilizado la oferta del integral para salvación de los diabéticos o personas que simplemente apuestan por una alimentación más sana.
Respecto a los dulces, la céntrica cafetería invita con tartaletas variadas -de limón, guayaba y coco (20 CUP)-, donas, deluciosas (30 CUP) trufas de chocolate (15 CUP), estas en falta ahora, así como la notable pastelería (coco, guayaba, jamón, chorizo, queso…) que se echa de menos hace mucho más tiempo, lamentablemente pues siempre fue un sello del lugar.
La eficiencia y gentileza de las dependientes y profesionalidad de los maestros panaderos y dulceros hacen de este rincón en el Vedado una cita obligada.
Otro semejante es La Vicentina (23 entre 18 y 20) donde también se pudo encontrar hace unos meses un bien elaborado y delicioso pan de centeno (75 CUP), producto también rico en fibras y vitaminas; lamentablemente no lo están elaborando en estos momentos pero, en compensación, es posible encontrar aquí, en un local pequeño que rezuma limpieza y cuidado, además de adecuado criterio estético en la presentación de sus vitrinas, una selecta y variada tabla de dulces finos.
Sobresalen las cocadas (20 CUP), las palmeras de chocolate o naturales (15 CUP), los pastelitos de jamón (15 CUP, quizás demasiado pequeños), las hojitas de canela y chocolate (15 CUP) y otras variedades que son verdaderas delicatessen para caprichos y placeres del paladar.
Dos citas inaplazables con las maravillas de la harina y el azúcar, en estas “panadulcerías” que complacerán sin dudas los gustos más exigentes.
Licenciado en Filología en la Universidad de La Habana, especializado en Literatura Cubana. Ha realizado posgrados acerca de la cultura nacional y universal. Escritor, crítico de artes y comunicador audiovisual; cuenta con más de quince libros publicados, algunos de los cuales han recibido reconocimientos (inter)nacionales, en los géneros de ensayo, narrativa y poesía, entre ellos Co-cine. El discurso culinario en la pantalla grande (2011), con el cual obtuvo premio a nivel de categoría (food literatura) y resultó finalista en la etapa final, dentro del prestigioso concurso Gourmand World Cookbooks Award, con sede en Madrid, España; ha curado varios ciclos sobre cine y gastronomía que se han presentado en salas de la capital e investiga desde hace varios años acerca de las relaciones entre la cocina y otras artes, lo cual vuelca en su columna en la revista Excelencias Gourmet.